Domingo Santos nos muestra, en unos pocos párrafos, el lado más humano de Leiber y el lado más humano de sí mismo, aludiendo a su propio trabajo de recopilación y traducción y dialogando con el lector sobre las expectativas de la obra. Además, defiende y argumenta ese punto clave de la Guerra del Cambio que tanta polémica ha generado: contar una historia mediante la ausencia de sí misma.
Como he comentado en otras ocasiones, solo me queda esperar que algún día aparezca la noticia de que una editorial audaz ha decidido recopilar por fin todo el material del Ciclo de la Guerra del Cambio en un único tomo. Solo de pensarlo, se me hace la boca agua...
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Fritz Leiber, en la convención ChiCon III, septiembre de 1962, con lo que podría ser un uniforme de Araña (foto de Dean A. Grennell) |
Leiber interrumpió en 1965 sus relatos sobre la Guerra del Cambio. Según sus propias palabras, «ya había agotado el tema, no tenía nada más que decir». A mí se me ocurren muchas más cosas que sí podría decir sobre este fascinante universo sin espacio y sin tiempo, en lucha en una guerra sin frente ni trincheras. Pero examinando fríamente el asunto, reconozco que Leiber tiene razón. El principal elemento de atracción de la Guerra del Cambio es precisamente su misterio, el tener que imaginar todo lo que se dice. Una excesiva insistencia en el tema obligaría a explicitar muchos conceptos. Entonces perdería gran parte de su magia. Y no olvidemos que Leiber es un escritor esencialmente mágico; su campo principal es la fantasía. Y la auténtica fantasía debe saber dejar todo lo posible a la imaginación del lector. Leiber ha escrito algunos otros relatos que pueden considerarse más o menos conectados con el tema de la Guerra del Cambio, como por ejemplo, recordando así a vuelapluma, Nice Girl With Five Husbands (La muchacha con cinco maridos), aparecido en 1951. Pero Leiber se niega categóricamente a considerarlos como parte de la serie, aunque haya utilizado algunos elementos de ella. Y hay que respetar su opinión. Por algo es el autor. Y el autor, como padre de la criatura, es quien en definitiva tiene la razón. Aunque los editores, por supuesto, se empeñen en opinar lo contrario.
Así pues, los relatos recogidos en este volumen forman, junto con la novela El Gran Tiempo, que los arropa y complementa, la totalidad de los componentes de una serie famosa surgida de la pluma de un autor famoso, que aún sigue produciendo lo mejor de su obra; un autor considerado como uno de los decanos de la ciencia ficción, y el decano indiscutido de la fantasía. Tan sólo una cosa respecto a ellos. Dos de los relatos incluidos aquí, La mañana de la condenación y El soldado más veterano, aparecieron ya en el número 37 de esta misma colección, La mente araña, una selección de varios excelentes relatos de Leiber. Pese a ello, hemos decidido incluirlos de nuevo a fin de ofrecer la panorámica completa de la serie de la Guerra del Cambio. Además, los puristas aficionados a la cotejación observarán que sus versiones son ligeramente distintas; en este volumen se ha ajustado mucho más la traducción a su original inglés, restituyendo en lo posible ese estilo peculiar que constituye uno de los principales alicientes de la producción literaria de Leiber.
Espero sinceramente que todos ustedes disfruten de estas Crónicas del Gran Tiempo. Me consta que Leiber disfrutó elaborándolas. Yo he disfrutado también preparándolas, ordenándolas y traduciéndolas. Supongo que el editor disfrutará igualmente elaborando el libro, aunque solo sea pensando en los posibles beneficios económicos que pueda reportarle (lo cual, no se crean, es un riesgo difícil de asumir). Ustedes constituyen el último eslabón de la cadena. No me defrauden. Me sentiría terriblemente decepcionado si cerraran el libro con un «psché». Aunque estoy seguro de que eso no sucederá. Más bien desearán leer otras historias de este fascinante universo atemporal. Les confieso que yo también..., aunque creo que vamos a tener que esperar.
Sin perder las esperanzas, sin embargo. No olviden que, a sus setenta y cuatro años, Fritz Leiber tiene aún mucho camino por delante. Quizá, dentro de poco...
Al fin y al cabo, él mismo nos lo ha demostrado: tiempo, espacio, vida, muerte, nada existe realmente; de modo que en cualquier momento puede producirse. No sé, quizá...
Veremos.
Domingo Santos
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